sábado, 2 de marzo de 2013

Capítulo 1

Me desperté sobresaltada después de aquel sueño. Noté la suave caricia de las sabanas sobre mi piel, aliviandome que no fueran esas negras sombras de oscuridad. La claridad de la luz del día entraba por mi ventana. Ya era de día. Un nuevo día.
Me levanté, buscando cualquier cosa que ponerme. Mi camiseta favorita, unos vaqueros y mis botas. No necesitaba ningún arreglo más para lo que iba a hacer aquel día. Recogí la ropa que había tirado por el suelo la noche anterior, llevé los platos sucios que se habían apilado en mi cuarto a la cocina y puse la música en toda la casa, para poder escucharla desde cualquier lugar.
Dirigiendome al baño, pensaba en el maldito sueño. Ojala hubiera sido la primera vez que me encontraba con él. No, para nada. Había perdido la cuenta de las veces que se repetía aquella secuencia endemoniada en mis pensamientos cada vez que me iba a dormir.
Ante el pequeño espejo del baño, apareció la figura de una chiquilla desgarbada, con el pelo lacio y castaño y los ojos marrón claro. La sonreí con desgana; ahí estaba mi reflejo, una vez más, esperandome con cara de zombi a que la arreglara y le pusiera algo de maquillaje para que la gente no se asustara al cruzarse por la calle conmigo. La verdad es que era de lo más normal que te podías echar a la cara: un historial academico normalito, sobresaliente en mis tiernos años de primaria. Ningun tipo de enfermedad rara, ni problemas con amigos, peleas, tabaco, alcohol... Podría decirse que sería una hija modelo, de no ser tan jodidamente mediocre. Porque así como no había destacado por hacer nada malo, tampoco había sido el caso de destacar por ser buena en algo. Quizás en tener demasiada imaginación. Si, posiblemente, era lo mejor que tenía.
Aún en la cocina, me di cuenta de que llegaba tarde al primero de los tres examenes que tenía aquella mañana. Me metí la tostada que estaba comiendome en aquel momento en la boca de tres mordiscos y de dos zancadas, me planté en la habitación, buscando mi reproductor de música, mis cascos y mi mochila. Con la chaqueta puesta y mi música sonando de nuevo pero esta vez en mis oídos, como la banda sonora personal de mi vida.
El camino hasta la academia era sencillo, rápido, y me lo conocía de memoria. Demasiado rápido; no me daba tiempo a escuchar una canción completa cuando me dirigía hacia allí. Con las manos en los bolsillos, observaba las calles, que estaban más vacías de lo que acostumbraba. Me encogí de hombros ante aquel pensamiento; probablemente eran imaginaciones mías. A su vez, volvió a mí el bendito sueño que había morado en mis sueños aquella noche, haciendome sacudir la cabeza para sacarlo de ella.
Finalmente, llegué a la pequeña plaza donde se encontraba mi academia, normalmente frecuentada por ancianos adorables que daban de comer a las palomas o jugaban al dominó en las mesitas ideadas para ello. Pero no. Ni siquiera en la plaza había un solo alma.
Miré en mi reloj, por si acaso me había equivocado de día y era sábado o domingo, pero no, era viernes, un viernes tranquilo, normal y corriente. Caminé en diagonal, atravesando la plaza para llegar a mi academia, cuando mi reproductor dejó de funcionar, quedandose en silencio. Me quité los cascos, contrariada. “¿¡Se puede saber que está pasando!?”, me pregunté, buscando el dichoso apartito entre mis multiples bolsillos, cuando todo el suelo tembló y me hizo perder el equilibrio y caer.
Levantandome a duras penas, observé como el cielo se iba oscureciendo poco a poco. Imposible, eran las nueve de la mañana, no podía hacerse de noche. Finalmente, adquirió un color morado, azul oscuro, casi negro, con las nubes aun salpicandolo, teñidas del mismo color. El temblor volvió a producirse, esta vez todavía más fuerte, y yo me eché al suelo, en mitad de la plaza, preparandome por si algo caía que no me diera a mí.
El temblor cesó al igual que el anterior. Yo me levanté, con la respiración acelerada y un terrible malestar general. Los edificios que había a mi alrededor se habían quebrado por la mitad, alfombrando el suelo con escombros. No había rastro de nadie, lo cual en cierto modo me aliviaba; no me hubiera gustado encontrarme con cientos de cadaveres. Sin embargo, mi alivio duró poco, cuando vi algo negro y oscuro moviendose hacia mí.
Era del tamaño de un niño pequeño, todo ello negro. Pese a tener forma antropomorfica, con brazos y piernas sobre las que caminaba y un pequeño torso, su cabeza era completamente redonda y negra, de la que salían dos antenitas y brillaban dos enormes y redondos ojos amarillos. Aquel ser, que a primera vista me resultó gracioso, me tiró hacia atrás de un cabezazo, sentandome de nuevo en el suelo. Qué demonios...
El pequeñin no estaba solo. De hecho, era yo quien estaba sola y rodeada por una gran multitud de aquellos bichos. Estaban por todas partes, salían de los edificios derruidos, eran una marea de puntitos amarillos. Girando sobre mis pies, nerviosa, miré como estaba atrapada y a su completa merced.
La cabeza empezó a dolerme con fuerza en las sienes a causa del peligro. Es decir, a causa de la terrible sensación de proximidad a la muerte. Estaba a punto de diñarla. Había tantas cosas que quedaban sueltas. ¿Y mis padres? ¿Y mis amigos? ¿Y mi futuro? ¿Donde estaba todo aquello? Porque ni siquiera me atrevía a pensar, me encontraba paralizada en aquella situación. Y aunque hubiera agarrado cualquier cosa, cualquier objeto contundente, ¿de qué demonios iba a servir? De nada. Ni siquiera sabía que eran esos demonios negros, aquellas hormigas de tamaño exagerado.
La respiración empezó a escasearme, haciendo que me arrodillara, notando como esos seres se empezaban a aproximar hacia mí. “Que hago... ¿que hago ahora...?” eran las únicas palabras que mi mente podía procesar. Cuando...
Un olor a quemado invadió el ambiente. Como una chimenea recien encendida, como una cerilla ardiendo lentamente. Abrí los ojos, cuando observé una tremenda llamarada al otro lado de la plaza. ¿¡Que cojones había sido eso!? Los bichitos habían notado también aquella ardiente presencia que los estaba disminuyendo y carbonizando. Oh, perfecto. Iba a pasar de morir a manos de hormigas negras a morir quemada. Para mí, iba a ser prácticamente lo mismo, estaba a esto de dejar de existir.
—¡Cría, lárgate de ahí!
Eso me hizo reaccionar. Aquella voz masculina y socarrona, casi de coña, me sacó de mi trance cobarde y suicida que me hacía quedarme ahí quieta. Aunque no es que me hiciera reaccionar muy sabiamente, ya que tiré hacia las llamas.
Probablemente, era el instinto de seguir aquella voz. No sabía a quien pertenecia, ni siquiera si era real o producto de mi imaginación, pero de cualquier manera, algo había provocado esas llamaradas y tenía que descubrir qué había sido.
Una rueda metálica, por definirlo con alguna exactitud, me pasó silbando a unos centimetros de mi cabeza, derribando a varios bichos del golpe. Seguí la trayectoria de aquella extraña arma, para encontrarme con un tío bastante extraño, probablemente, quién había provocado todo aquel espectáculo pirotécnico. Lucía un peinado puntiagudo, echando todo su cabello rojo hacia atrás y terminando en picos. Vestía una larga túnica negra de cuero con capucha, y dominaba las llamas para terminar con la vida de aquellos seres.
—¡Pero no te quedes ahí parada! ¡Agarra algo e intenta quitartelos de encima!
Sí, era quién me había hablado antes. Busqué algo que me pudiera servir para achantar a las hormigas, pero no encontré nada útil. Mis ojos repararon en una barra metálica, probablemente, un extremo de alguna farola cercana, que tenía una longitud suficiente como para ser manejable. La agarré y empecé a golpear a aquellos bichos con ella. Se molestaban y me intentaban atacar, pero yo arremetía con más fuerza aún, logrando hacerles retroceder. No conseguía el mismo efecto que las llamas del chaval pelirrojo, pero oye, al menos no era un lastre como las típicas damiselas en apuro. Mira que odio ese estereotipo...
—¡Siguen apareciendo! —me atreví a decir, ya que no me quedaba más remedio que dejar la vergüenza y la tímidez a un lado—. ¡¿Cuando demonios van a largarse!?
—¡Tú sigue dandoles caña, esto se acabará dentro de poco!
No sabía a que se refería, pero seguí enchufandolos con mi improvisada arma, aplastando sus cabecitas, haciendo que cada vez retrocedieran más. En parte me daban pena, eran la mar de monos. Por otra parte, quería que se largaran de una puñetera vez.
Finalmente, entendí a que se refería el pirómano, cuando los bichitos empezaron a desvanecerse en el aire. Él extinguió las llamas que había provocado, caminando hacia una de las salidas de la plaza. Yo le seguí, no quería quedarme sola, tenía demasiadas preguntas en la cabeza. Demasiadas sin responder.
—¡Eh espera! —el tipo era muy alto, demasiado como para que pudiera caminar a su ritmo sin fatigarme—. ¿Quién eres? ¿Qué acaba de pasar? ¿Dónde demonios estamos? ¿Estamos solos? ¿Qué ha sido ese tem...? —él me calló girándose y mirandome con impaciencia.
—Si te quedas calladita un rato, a lo mejor te lo cuento y todo. Así que, hazme el favor de seguir caminando.
Quería contradecirle, intentar buscar otra vez respuestas, pero sabía que no era la mejor idea. De todas maneras, me había dicho que me diria que sucedía, y la verdad, es que era la única persona que había visto en aquel día... bueno... si es que seguía siendo viernes. Ya había perdido la noción del tiempo.
Mientras caminaba, a poco más de un metro detrás suya, iba pensando y analizando lo que acababa de pasar. No podía darle una explicación lógica. Fuego creado por un humano, hormigas del tamaño de un niño, temblores destructores de edificios en una ciudad en la que nunca se han experimentado terremotos... Estaba empezando a dolerme la cabeza, y la idea de desconectar y seguir actuando automaticamente sin pensar en todo aquello me iba pareciendo cada vez más atractiva.
—Bueno, chata. Ya hemos llegado.
Ahí estaba, al final del callejón que siempre evitaba, una nave. ¡UNA PUÑETERA NAVE! Era grande, bastante grande, de hecho, tenía suerte de que los edificios hubieran quedado reducidos a escombros, sino no podría haber sido aparcada ahí. Una pequeña escalerilla estaba extendida y la compuerta que parecía llevar al interior estaba abierta, esperandonos.
Él dió el primer paso, caminando hacia el interior, cuando yo le agarré de la muñeca. Las dudas me martilleaban el cerebro, y sí, tenía dudas y mucho miedo acerca de lo que iba a suceder a continuación.
—Espera... ¿Cómo te llamas?
—Te he dicho que te respondería ahí dentro, pes...
—¡Ya lo sé! —chillé yo, descontrolando mi tono—. ¡Pero es duro para mí! ¡Toda esta mierda! ¡Estos escombros son los edificios que veo a diario para ir a mi academia! ¡Probablemente mi casa haya quedado reducida de la misma manera! ¡Tengo mucho miedo! ¡Sólo quiero saber un nombre al que dirigirme!
Él hizo una mueca, como para no, menudo discursito que le había largado. Pero sonrió de medio lado y me agarró del hombro con cierta desgana, llevandome a su paso.
—Axel, me llamo Axel. ¿Tú eres Bianka, verdad?
—S-sí, ¿cómo sabes eso?
—A mi no me mires, yo solo soy un mandado. Hay alguien que quería venir a recogerte, y nos han mandado hasta al apuntador.
Me hacia gracia su manera tan coloquial de hablar; me recordaba a cualquiera de mis compañeros de clase. Me reí ante aquella última frase y pasé a duras penas por las escaleritas, sintiendo mi cuerpo machacado y dolorido por la batalla.
El interior de la nave no tenía nada que envidiar a cualquier película de ciencia ficción. Completamente hecha de metal, con dos asientos para piloto y copiloto, ventanales que permitían ver lo que rodeaba al vehículo y un par de puertas, probablemente para el almacén y otro compartimento. En uno de los asientos se encontraba una chica, más o menos de mi edad, con el pelo rojizo y cortito y ropa de estilo punk.
—Esta es Hikari, aunque todos la llamamos Hika.
La chica, al darse por aludida, se levantó y caminó hacia nosotros con sus pesadas botas de hebillas. Esbozó una cálida y amplia sonrisa y me tendió la mano, que yo tomé gustosamente. Me sentía bien al tener al lado a alguien más cercano a mi en más de un aspecto, incluido el estilo de vestir.
—¿Qué tal todo? ¿Te ha molestado mucho el ericito? —bromeó ella, sonriendo.
—Hika, no te pases que te la llevas —replicó él, ocupando el asiento del piloto y empezando a tocar la maquinaria de la nave.
—Bleh, sabes que no podrías tocarme aunque así lo quisieras. Bueno, ¿Bianka, no? —asentí con la cabeza, contrariada de que tanta gente conociera mi nombre—. Te llevaré al dormitorio. Básicamente, tienes una carica de desorientada que no puedes con ella, así que lo mejor será que descanses un rato hasta que lleguemos a nuestro destino.
—Pero... ¿dónde vamos...? —pregunté yo, intentando indagar más acerca de todo lo sucedido.
—Ya te lo contaré luego. Ahora tú preocupate por dormir un poco, ¿va? Yo me tengo que encargar de que eso que está al mando no nos estrelle contra un asteroide.
Hika me llevó hacia una de las dos puertas, abriendola al detectar nuestra presencia y deslizandose a un lado. Dentro, había cuatro literas, sujetas a la estructura de la nave para máxima estabilidad. A uno de los lados, había un escritorio metálico con un portatil encima.
—Bueno, aquí estamos. Tu litera es aquella de la derecha, la de arriba. Si notas movimiento, es que uno de los dos vamos a echarnos un rato. También puedes usar el ordenador si quieres. ¡Hasta luego, bella durmiente!
La puerta volvió a deslizarse cuando Hika salió de la habitación, dejándome sola de nuevo. La iluminación del compartimento procedía de la parte baja de las paredes, dandole un ambiente iluminado lo suficiente como para que resultara agradable y visible al mismo tiempo.
Miré de nuevo al ordenador. Pensé en escribirlo. Sí, en escribir todo esto. Como un diario. Un diario de esta pesadilla, de este sueño, o de esta aventura de verdad. Todo era tan extraño que debía plasmarlo en algún sitio. Aun llevaba mi pequeña bandolera, con mi material para clase, entre ellos, un pendrive perfecto para guardarlo. Pero no. Aquella noche no lo haría, estaba demasiado cansada mentalmente como para hacerlo. No... mañana lo haría. Sí.
Me subi a las pequeñas escaleritas y me tumbé en la cama. Extrañamente, estaba calentita, como si tuviera una especie de calefactor en su interior. Me gustaba, de hecho, tumbarme y cubrirme con aquellas agradables sábanas hacía sentirme como en casa. Sin embargo, ¿cuando sería la próxima vez que volvería a estar en mi cama...? ¿En mi casa...?
¿En mi hogar?

viernes, 1 de marzo de 2013

Prólogo

Caer y caer, inevitablemente, hasta un destino incierto.
Volvía a encontrarme en aquella inmensidad negra, en aquellas aguas en las que no me faltaba el aire y podía respirar, a pesar de no poder moverme, solo podía flotar.
Y, de pronto, como las otras veces, la gravedad hizo acto de presencia, notando como tiraba de mí hacia abajo, hacia un fondo que no podía ni ver ni evitar.
Suavemente, mis pies se posaron sobre una superficie tan invisible como el entorno que me rodeaba. Un crujido, como el sonido de un cristal reventándose en miles de pedazos contra el suelo, se escuchó por toda aquella oscura inmensidad. Entonces, grietas de luz aparecieron en el suelo, quebrando la negrura, la nada, y formando un enorme círculo de luz debajo de mí. Entrecerré los ojos, cegada por el resplandor.
Bajo mis pies, había aparecido una curiosa vidriera de vivos colores. Me eché hacia atrás, intentando tomar perspectiva para saber que se veía en aquella vidriera; una chica, con los ojos cerrados, y en el pecho un corazón, partido por la mitad, un lado oscuro y el otro luminoso. Los ojos de la chica lloraban lágrimas blancas y negras. Detrás de ella, se encontraban dos enormes alas. Dos alas que no le pertenecían, pero que no se podía ver a su propietario.
Me acerqué hacia el rostro plañidero de la muchacha, algo turbada ante aquella visión. Cuando estuve lo suficientemente cerca de su rostro, ella abrió los ojos, de un color amarillo intenso, y se clavaron en los míos.
Me sobresalté tanto que eché a correr hacia atrás, chocando contra algo. Me giré, comprobando que ante mi se hallaba una colosal figura de color negra, con dos enormes alas extendidas en su espalda. En su pecho, un hueco en forma de corazón. Fuera lo que fuera aquello, ni a mi vértigo inverso ni a mi nos hacía ninguna gracia tenerlo delante, por lo que corrí a ponerme a salvo al otro lado de la vidriera. Pero cuando llegue al borde, comprobé que esa era la única zona segura. Si continuaba corriendo, si me abalanzaba a la oscuridad, caería para siempre. ¿Tenía que plantarle cara? ¡Ni siquiera sabía que diantres era aquella cosa! Pero no tenía pinta de ser inofensivo, y yo estaba completamente desarmada para hacer nada.
Caminé con lentitud hacia el ser que había aparecido ante mí, como si supiera que realmente se trataba de mi final. Suspiré hondo y me esperé lo peor, cuando una voz detuvo el movimiento del monstruo, resonando por todo el lugar.

“Todavía no estás preparada para enfrentarte a esto...”

¿Quién había dicho aquello? Fuera como fuera, el monstruo estaba siendo engullido por el suelo, por la vidriera, que se oscurecía lentamente. Bajo mis pies, también se estaba oscureciendo, notando como los brazos de aquellas tinieblas se enroscaban lentamente en mis piernas. Intenté gritar, cuando noté con horror que mi voz no salía de mi garganta que, o bien el miedo había enmudecido, o sencillamente no podía articular ningún sonido.

“No tengas miedo...”

¡Que gracioso! ¡Claro! Como si ser engullida por un océano de nada oscura y negra fuera lo más normal del mundo. Tiré de mis piernas con mis manos, en un vago intento de salir de aquella oscuridad que me estaba alcanzando la cintura, consiguiendo que aquellos brazos empezaran a trepar por mis manos, llegando rápidamente a mi cuello.

“Y recuerda... tú eres quien vencerá al Réquiem.”